8 de abril de 2014

Capítulo II

Parecía ser una noche como cualquier otra. Pero era noche de luna llena, era La Noche, cuando los jóvenes eran asignados a un bando o a otro. Cuando el futuro de todos, incluido el de Laia (aunque ella aún no fuese consciente), estaba en manos de las Pruebas.
Un gran grupo de gente esperaba, nerviosos, alrededor de lo que a primera vista parecía un lago no muy profundo, de aguas cristalinas. Pero si te fijabas mejor, podías llegar a apreciar que finos hilillos de un humo extraño, que no era vapor pero tampoco era el resultado de quemar madera en una hoguera, partían desde la superficie del lago hacia el firmamento, cubierto de estrellas, levemente eclipsadas por el fuerte brillo de la luna llena. El Lago Medialuna. Era un momento decisivo para todos los que estaban allí reunidos y que sabían que, en cuanto los primeros rayos del sol del día siguiente se escapasen entre las rendijas que había entre las montañas de la Gran Cordillera, su vida sería diferente. Muy diferente.
Un poco apartadas del lugar donde se había agrupado la mayor parte de espectadores, entre unos arbustos, Laia y Viana, con los arcos preparados para disparar y con las runas dibujadas en ellos brillando tenuemente, observaban la escena con interés.
—¿Estás nerviosa? —preguntó Viana a Laia, que estaba alerta y con los ojos entrecerrados mirando fijamente a la masa de gente que empezaba a entonar cantos extraños y que le provocaron escalofríos.
—No. ¿Por qué iba estarlo? Ni Ángeles ni Hechiceros saben de mi existencia, y mejor que continúe siendo así. Pobres los que tengan esperanzas de un futuro mejor como Reclutas —repuso la muchacha, despectiva. Viana apartó la vista del claro y la fijó en su compañera.
—Es mejor la vida de Recluta que de Inexistentes, créeme —dijo con sencillez, pero imprimiendo a su voz un leve tono de dureza.
—Claro. Y también es mejor la vida de los Rebeldes, ¿verdad? ¿Es eso lo que ibas a decir después?
—No —fue cortante—. Sabes que no debes bromear sobre esos… sujetos.
Laia dejó escapar una carcajada.
—¿Sujetos? ¿De dónde has sacado esa palabra? Vamos, Viana, ¡no seas ridícula! ¿Acaso lo vigilan todo? Somos mejores que ellos, y tenemos derecho a decirlo libremente, cuándo, cómo y dónde queramos. ¿O no?
—El asunto de los Rebeldes es serio. Los Inexistentes somos un grupo de gente que pasa desapercibida para los Ángeles y los Hechiceros, pero no para los Rebeldes. Son peligrosos y no debemos jugar con ellos, ¿entiendes? Aprende el valor de esa palabra, peligrosos. Eso significa que pueden matarte. ¿O ya tampoco valoras tu vida?
Laia movió la cabeza de un lado a otro, pero no contestó. Acababan de aparecer, junto a la orilla del Lago dos símbolos luminosos, que parecían hechos de rayos de luna, unas alas y un báculo, que habían atraído toda su atención.
—¿Qué son esos símbolos? —preguntó la joven.
 —El Báculo es el símbolo de los Hechiceros, y las Alas el de los Ángeles. Cuando te traspasan, automáticamente eres reconocido como miembro de cualquiera de los dos bandos.
Laia asintió y observó con curiosidad y un poco de pena las caras de los jóvenes a los que el Báculo y las Alas iban traspasando con fluidez, sin detenerse en ningún momento, sin acelerar ni frenar. A su paso dejaban algunas caras felices y relucientes, pero la mayoría de gente tenía el rostro descompuesto por el horror y la tristeza, lo que aquellas personas sentían cuando sus hijos no eran traspasados por el mismo símbolo que los había traspasado a ellos en su juventud.
Así continuaron durante mucho rato, observando las caras de los afortunados y desafortunados, hasta que los símbolos parecieron acabar su tarea.
—¿Podemos irnos ya? —preguntó Laia, aburrida. Viana negó con un gesto.
—Tenemos que esperar a que se vayan todos; si nos vamos ahora alguien podría vernos —respondió en voz baja. Laia suspiró y se acomodó mejor sobre las hojas secas, que crujieron cuando la muchacha apoyó los pies en ellas. Maldijo en voz baja.
—Creía que estaban húmedas —se quejó, bajo la fulminante mirada de Viana, que movió la cabeza de un lado a otro, refunfuñando en voz tan baja que Laia no llegó a entenderla. Pero enseguida la atención de ambas se vio atraída por los dos símbolos, que en lugar de evaporarse como el humo que brotaba del lago, se dirigían directamente hacia su escondite. Todos tenían la vista fija en ellos.
—¿Por qué vienen hacia aquí? —susurró Laia, frunciendo el ceño.
—Creo que tengo una ligera idea —la respuesta de Viana estaba teñida de preocupación.
—Di.
—Creo que tú los atraes, Laia.
—¡¿Qué?! —gritó la joven, en voz demasiado alta. Enseguida bajó el tono.—¿Te has vuelto loca?
—En absoluto. Fíjate. ¡Vienen directos, y deberían haber desaparecido hace tiempo! Tú los atraes, Laia.
—Pero eso es imposible. No pueden venir los dos, tan juntos. En todo este rato, nunca han seguido el mismo camino. Habrá alguien detrás nuestro que…
—Sabes que no. ¡Quieta!
El aviso de Viana llegó demasiado tarde. Tanto el Báculo como las Alas ya habían llegado a su altura y se alzaban frente a ellas, y Laia se había levantado, hipnotizada. Ahora estaba suspendida a unos centímetros del suelo, unas alas de plumas blancas brotaban de su espalda, batiendo suavemente, moviendo el aire a su alrededor y en su mano un báculo había reemplazado al arco, y Laia lo empuñaba con seguridad. Los dos símbolos comenzaron a avanzar, pero se detuvieron a pocos centímetros de la joven, para luego lanzarse como rayos hacia ella. La muchacha dejó caer la cabeza hacia atrás cuando los dos símbolos la atravesaron, y un grito con un tinte de sorpresa brotó de su garganta antes de que la joven cayera al suelo, inconsciente, pero sin soltar el báculo y con las alas extendidas en toda su amplitud.

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