Parecía ser una noche como cualquier otra. Pero era noche de luna
llena, era La Noche, cuando los jóvenes eran asignados a un bando o a
otro. Cuando el futuro de todos, incluido el de Laia (aunque ella aún no
fuese consciente), estaba en manos de las Pruebas.
Un gran grupo
de gente esperaba, nerviosos, alrededor de lo que a primera vista
parecía un lago no muy profundo, de aguas cristalinas. Pero si te
fijabas mejor, podías llegar a apreciar que finos hilillos de un humo
extraño, que no era vapor pero tampoco era el resultado de quemar madera
en una hoguera, partían desde la superficie del lago hacia el
firmamento, cubierto de estrellas, levemente eclipsadas por el fuerte
brillo de la luna llena. El Lago Medialuna. Era un momento decisivo para
todos los que estaban allí reunidos y que sabían que, en cuanto los
primeros rayos del sol del día siguiente se escapasen entre las rendijas
que había entre las montañas de la Gran Cordillera, su vida sería
diferente. Muy diferente.
Un poco apartadas del lugar donde se
había agrupado la mayor parte de espectadores, entre unos arbustos, Laia
y Viana, con los arcos preparados para disparar y con las runas
dibujadas en ellos brillando tenuemente, observaban la escena con
interés.
—¿Estás nerviosa? —preguntó Viana a Laia, que estaba
alerta y con los ojos entrecerrados mirando fijamente a la masa de gente
que empezaba a entonar cantos extraños y que le provocaron escalofríos.
—No.
¿Por qué iba estarlo? Ni Ángeles ni Hechiceros saben de mi existencia, y
mejor que continúe siendo así. Pobres los que tengan esperanzas de un
futuro mejor como Reclutas —repuso la muchacha, despectiva. Viana apartó
la vista del claro y la fijó en su compañera.
—Es mejor la vida de Recluta que de Inexistentes, créeme —dijo con sencillez, pero imprimiendo a su voz un leve tono de dureza.
—Claro. Y también es mejor la vida de los Rebeldes, ¿verdad? ¿Es eso lo que ibas a decir después?
—No —fue cortante—. Sabes que no debes bromear sobre esos… sujetos.
Laia dejó escapar una carcajada.
—¿Sujetos?
¿De dónde has sacado esa palabra? Vamos, Viana, ¡no seas ridícula!
¿Acaso lo vigilan todo? Somos mejores que ellos, y tenemos derecho a
decirlo libremente, cuándo, cómo y dónde queramos. ¿O no?
—El
asunto de los Rebeldes es serio. Los Inexistentes somos un grupo de
gente que pasa desapercibida para los Ángeles y los Hechiceros, pero no
para los Rebeldes. Son peligrosos y no debemos jugar con ellos,
¿entiendes? Aprende el valor de esa palabra, peligrosos. Eso significa
que pueden matarte. ¿O ya tampoco valoras tu vida?
Laia movió la
cabeza de un lado a otro, pero no contestó. Acababan de aparecer, junto a
la orilla del Lago dos símbolos luminosos, que parecían hechos de rayos
de luna, unas alas y un báculo, que habían atraído toda su atención.
—¿Qué son esos símbolos? —preguntó la joven.
—El
Báculo es el símbolo de los Hechiceros, y las Alas el de los Ángeles.
Cuando te traspasan, automáticamente eres reconocido como miembro de
cualquiera de los dos bandos.
Laia asintió y observó con
curiosidad y un poco de pena las caras de los jóvenes a los que el
Báculo y las Alas iban traspasando con fluidez, sin detenerse en ningún
momento, sin acelerar ni frenar. A su paso dejaban algunas caras felices
y relucientes, pero la mayoría de gente tenía el rostro descompuesto
por el horror y la tristeza, lo que aquellas personas sentían cuando sus
hijos no eran traspasados por el mismo símbolo que los había traspasado
a ellos en su juventud.
Así continuaron durante mucho rato,
observando las caras de los afortunados y desafortunados, hasta que los
símbolos parecieron acabar su tarea.
—¿Podemos irnos ya? —preguntó Laia, aburrida. Viana negó con un gesto.
—Tenemos
que esperar a que se vayan todos; si nos vamos ahora alguien podría
vernos —respondió en voz baja. Laia suspiró y se acomodó mejor sobre las
hojas secas, que crujieron cuando la muchacha apoyó los pies en ellas.
Maldijo en voz baja.
—Creía que estaban húmedas —se quejó, bajo la
fulminante mirada de Viana, que movió la cabeza de un lado a otro,
refunfuñando en voz tan baja que Laia no llegó a entenderla. Pero
enseguida la atención de ambas se vio atraída por los dos símbolos, que
en lugar de evaporarse como el humo que brotaba del lago, se dirigían
directamente hacia su escondite. Todos tenían la vista fija en ellos.
—¿Por qué vienen hacia aquí? —susurró Laia, frunciendo el ceño.
—Creo que tengo una ligera idea —la respuesta de Viana estaba teñida de preocupación.
—Di.
—Creo que tú los atraes, Laia.
—¡¿Qué?! —gritó la joven, en voz demasiado alta. Enseguida bajó el tono.—¿Te has vuelto loca?
—En absoluto. Fíjate. ¡Vienen directos, y deberían haber desaparecido hace tiempo! Tú los atraes, Laia.
—Pero
eso es imposible. No pueden venir los dos, tan juntos. En todo este
rato, nunca han seguido el mismo camino. Habrá alguien detrás nuestro
que…
—Sabes que no. ¡Quieta!
El aviso de Viana llegó
demasiado tarde. Tanto el Báculo como las Alas ya habían llegado a su
altura y se alzaban frente a ellas, y Laia se había levantado,
hipnotizada. Ahora estaba suspendida a unos centímetros del suelo, unas
alas de plumas blancas brotaban de su espalda, batiendo suavemente,
moviendo el aire a su alrededor y en su mano un báculo había reemplazado
al arco, y Laia lo empuñaba con seguridad. Los dos símbolos comenzaron a
avanzar, pero se detuvieron a pocos centímetros de la joven, para luego
lanzarse como rayos hacia ella. La muchacha dejó caer la cabeza hacia
atrás cuando los dos símbolos la atravesaron, y un grito con un tinte de
sorpresa brotó de su garganta antes de que la joven cayera al suelo,
inconsciente, pero sin soltar el báculo y con las alas extendidas en
toda su amplitud.
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